Existen numerosas evidencias de la conexión entre cuerpo y mente. Cómo ciertos alimentos o sustancias pueden afectar nuestro estado de ánimo, e indirectamente nuestro pensamiento. Ninguna sorpresa, la medicina funciona. Si nos sentimos bien físicamente, es más probable que podamos estar animados, y tener pensamientos más positivos que en el escenario contrario.
De la misma manera, y en sentido inverso: Lo que pensamos influye en lo que sentimos, y esto afecta a nuestro cuerpo. Muchas veces no podemos decidir lo que le pasa a nuestro cuerpo, que se enferma o sufre dolencias. O lo que nos pasa a nosotros, que nos podemos ver envueltos en situaciones adversas o incluso catastróficas. Aún así, tenemos cierta capacidad de inducirnos pensamientos que pueden ayudar a nuestro sentimiento y en ultima instancia acortar tiempos de recuperación o incluso descubrir oportunidades o mejorar nuestro rendimiento. Esto, muchos deportistas lo saben y lo han experimentado en sus carnes. Nada que no haya documentado o explique mucho mejor Viktor Frankl.
Recientemente estuve viendo unos videos (muy recomendables, por cierto) del Nobel de economía R.J. Schiller. En ellos, él presentaba la disciplina de la Economía Narrativa. Algunos autores (A.C. Pigou) cuantifican en el 50% el peso de lo que creemos en el devenir de la economía. La profecía autocumplida: nos va mal porque pensamos que nos va a ir mal. Inconscientemente, acabamos poniendo todos los elementos para que así sea.
Hay, por tanto, cierto paralelismo entre lo que ocurre al cuerpo y lo que ocurre a la macroeconomía. Y también a la microeconomía. Veo innumerables evidencias de este comportamiento en la empresa. Por ejemplo, pensamos que el cliente cometerá “fraude” (podemos entender como fraude cualquier comportamiento contrario a los intereses económicos de la empresa en beneficio propio del cliente), y ponemos medios y esfuerzos para evitar un presunto comportamiento “fraudulento”. Esto lleva a un cierto abandono de otras prioridades (invertimos recursos en controles y menos en temas de servicio que podrían ser más beneficiosos para el cliente). Esto puede ocasionar cierto sentimiento de injustica por parte del cliente que siente que se le trata con desconfianza o agravio, predisponiendo negativamente la relación (se altera el peso de la prueba y se entra en una presunción de culpabilidad por defecto).
Hay una parte de clientes que, en el momento en que se percibe agraviado o que la relación está sustentada en la mutua desconfianza, siente que puede tener rienda suelta a maximizar su beneficio propio en una relación meramente transaccional. Puede incluso llegar a producirse una selección inversa. Pensemos, por ejemplo, en la apariencia de las oficinas bancarias de banca privada y las oficinas comerciales minoristas. Los buenos clientes van a proveedores que no presupongan un comportamiento negativo (que puede que se protejan cargando un plus), y los malos se concentren en los proveedores que presuponen su culpa, y en donde -en igualdad de condiciones de desconfianza- intentan subvertir el sistema en su favor. Si tratas a alguien como un niño, se acaba comportando como un niño.
Se que suena a frase inspiracional de autoayuda (la debo haber leído en una taza), pero creo que “debemos ser el cambio que queremos ver”. Pienso que debemos tomar control -con responsabilidad y actitud positiva- del poder que tenemos y del que a menudo parece que no somos conscientes para modular nuestra realidad y lo que nos rodea. Como dice Spiderman: «Un gran poder viene acompañado de una gran responsabilidad». 😉